Tormenta de Ruina by David Annandale

Tormenta de Ruina by David Annandale

autor:David Annandale [Annandale, David]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 2017-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Cuando los Blood Angels entraron en el manufactorum, guardaron tal silencio que bien podrían haber sido engullidos por un sepulcro. Los demonios abandonaron las demás industrias e invadieron el terreno. Bajo la sombra de la fortaleza demoníaca, en un campo de batalla tan extenso que los combatientes de ambos bandos se encontraban más allá del horizonte que vislumbraban sus contrincantes, las legiones lucharon contra aquellas abominaciones.

El León condujo a sus legionarios a las regiones ubicadas ante las puertas cerradas de la forja. Las formaciones de Dark Angels eran como muros de hierro negro mientras los demonios se arrojaban contra las barreras que les impedían avanzar. Los Dark Angels se negaron a ceder ni un solo paso del terreno que defendían. Su artillería pesada bombardeó las numerosas masas de monstruos, y la infantería fue avanzando metódicamente, aplastando con sus muros de hierro al enemigo.

Mientras las Warhawk de la IX Legión bombardeaban desde el aire las industrias, despedazando las hordas a medida que iban saliendo por las puertas abiertas, y Khalybus conducía a sus Iron Hands contra los demonios que surgían de la forja más cercana al manufactorum principal, Guilliman atacó por tres frentes distintos. Tras formar parte de la vanguardia en el ataque inicial a la gran forja, los destructores dieron la vuelta para abrir una brecha en el centro de la masa de demonios al mismo tiempo que Guilliman guiaba al Llama de Illyrium y la escolta Invictus en una tajante ofensiva para seccionar la multitud de demonios que asediaba a los Dark Angels. Cerca del centro del campo de batalla y en el extremo sur, la mayor agrupación de Ultramarines atacó en dos movimientos radiales. Las falanges rebanaron al enemigo como un mar de espadas en acción. Guilliman obligó a los demonios a combatir simultáneamente en varios frentes y a mantenerse a la defensiva. Su intención era repeler a los invasores y recuperar el terreno. Los Ultramarines no tenían posiciones que mantener. Lo único que debían hacer era seguir avanzando y destruirlo todo a su paso.

Los destructores se arrojaron a la batalla con un entusiasmo que podría haber preocupado a Guilliman en un contexto distinto. Cuando inspeccionó las comunicaciones entre Hierax y su compañía, captó un tono de feroz regocijo en sus voces. No obstante, sus ataques no carecían de disciplina. Lo que había oído era la satisfacción brutal que se sentía al haber dejado de librar una guerra defensiva, y lo comprendía. Después de disparar a aquellas abominaciones las ráfagas de proyectiles dobles con Arbitrator y que las explosiones vaporizasen su carne disforme, sintió esa misma satisfacción. Y cuando los destructores pulverizaron las ingentes y agitadas masas de enemigos con aluviones de artillería radiactiva, todavía se sintió mucho más complacido. Las armas más terribles para los contrincantes más terribles. Esa lógica era irrefutable.

«Entonces usa las armas que has obtenido. Sabes lo que esos athames pueden hacerles a estas criaturas».

Hizo caso omiso a ese pensamiento. Las dagas se encontraban en la cámara acorazada a bordo del Samotracia, lejos del alcance de la tentación.



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